Tavie Mariani se “nos” murió sin avisar y nos dejó más solos
Fue como un gigante desmoronándose en la plaza del mediodía.
“Capsicum”. Tavie Mariani
El 26 de julio a nuestra ciudad se le murió un gigante: Tavie Mariani
El 26 de julio, fecha en la que recordamos la muerte de Evita, eligió morirse
Tavie Mariani, un gigante.
Gustavo vivía en 58 entre 11 y 12, de la mano de los impares. En el frente
de su casa se lee: “Yuta hija de puta”, ilustrada con una estrella de 5 puntas.
Tavie fue el autor de Capsicum, novela editada por La Comuna Ediciones,
en agosto de 2002.
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Nuestros ojos serán relámpagos / para tus vísperas
La muerte es obscena. Siempre desacomoda y entonces la vida queda hueca, renga,
incompleta.
Ayer se me murió un amigo, un hermano que adopté o me adoptó (ya poco importa) desde que leí su novela y afirmé: “Esto es lo mejor que leí en mucho tiempo. Es lo mejor escrito en la ciudad...”
Desde ese día, Mariani irrumpió prácticamente todos los días en la editorial. Más de una vez, oficiales de seguridad subían a preguntarnos si necesitábamos algo. Poca importancia le daba a su aspecto. Parecía un cristo crucificado en sus huesos que sobresalían como agujas entre la ropa gastada. Fumaba. Fumaba y hablaba de literatura.
A veces, pedíamos café y medialunas porque sabíamos que no comía desde hacía días. También le comprábamos cigarrillos.
Después de meses de corrección y largas reflexiones, Capsicum se presentó en el Pasaje Dardo Rocha. Más de 200 personas acompañaron a Tavie. Esa tarde fue una fiesta.
Pero nuestra relación no terminó el día que la novela inundó la ciudad. Él venía a visitarnos, nos confiaba sus logros, la difusión de su novela, los comentarios. Autocrítico, inflexible, por momentos duro y absoluto en sus conceptos, era capaz de discutir el uso del dativo ético en el dialecto rioplatense durante horas. Su voz sonaba entrañable en los pasillos del pasaje. Durante el año 2006, nos escribimos con frecuencia. Él me confió su biografía breve:
Nací un día que para la Patria sería doblemente trágico: el 16 de septiembre del año triunfal de la Revolución China, 1949, en la ciudad de la discordia nacional: La Plata.
Hube de probar todos los sistemas represivos y opresivos: la escuela, el neuropsiquiátrico y la cárcel, hechos que me hicieron resentido y peronista, aunque conservo el vicio de pensar al mundo desde el marxismo leninismo, lo que me ha creado no pocos enemigos. Pero me gusta cómo soy. Y el cambio no está contemplado en mis planes. Si fuese Tita Merello diría simplemente “yo soy así”...
En los encuentros por calle 12 o en sus visitas frecuentes al Palacio López Merino, me confiaba sus dudas teológicas. El dios que fuera rondaba por su cabeza y por su vida entera. Sobre todo, en tiempos de melancolía:
De las muchas preguntas que me animo a hacerme, siempre hay una que no tiene respuesta: si “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues”? no es simétricamente similar a una pregunta que nos quema los labios: Señor, Señor, ¿por qué me persigues?...
De la horrenda ensalada que todas las religiones han hecho con el Altísimo, tal vez la peor ha sido colocarlo en el autoritario lugar de Padre. Los judíos hemos sido más ortodoxos y hemos asimilado “imagen” y “semejanza” al concepto de “hermano”. El Altísimo peleó junto a nosotros las batallas, sostuvo cuerpo a cuerpo una lucha con Jacob y es, en general, de índole más fraterna, ¿no?
Lúcido, frontal, abierto al diálogo, atravesaba la ciudad en compañía de su perro. A veces, al mejor estilo unamuniano, hablaba con él. Mis alumnos lo reconocían por la calle y lo paraban para comentarle Capsicum... “¡Lo vi a Mariani y me firmó el libro!”, me contó una vez Gonzalo...
A veces, desde los ojos enormes y oscuros me miraba distinto. Entonces yo sentía algo parecido a la ternura y le decía que lo quería. En junio de 2006 me escribió:
Yo también te quiero, negra! Y seré un ateo asqueroso pero tengo por lo menos la honestidad de Giordano Bruno que se dejó quemar en Campo de las Flores, aunque fue un simulador y un charlatán...
Hubo un tiempo en el que quiso retomar la escritura y me confió:
Convencido como estoy de que nuestros acompañantes en el Universo son estas inmundas y hórridas sabandijas humanas, estoy en tarea de limpieza sin piedad ni concesiones. Después paso lista de bajas.
En otro orden, estoy escribiendo un cuento llamado “Cormorán”. Quiero escribir la antología. Sí, sí, pongo manos a las teclas. Si no, nada...
Pero la tristeza volvía y volvía sin remedio. Entonces desaparecía o venía para pedirme cigarrillos y una palabra de aliento. Todo tenía que ver con el aire, supongo. La voz le salía grave y nítida. Tenía voz de actor, me parecía. Y un manejo del lenguaje poco frecuente. Con Mariani yo recuperaba el placer de elegir “le mot just”. Era imposible no prestarle atención. Incluso en tiempos de melancolía:
La tristeza no quiere pasar (bonjour tristesse!) El Quetejedi sigue con sus pruebitas. No tengo muchas ganas de escribir, pero en resumen es algo así:
Vino Víctor a comunicarme que no tenía fe en absoluto, que no creía en nada. Y mi pobre respuesta fue bastante cristiana. Le dije que la fe era un don que estaba o no estaba, pero que tratara de no perder la esperanza porque el mundo iba a ser un lugar muy incómodo. Y que tampoco perdiera la caridad porque es una falta grave no perdonarse a sí mismo. En fin, me porté como un canónigo de la Catedral. Después que se fue, se me ocurrieron infinidad de cosas que podría haberle dicho sin perder yo mismo la caridad y ser tan duro... Pero bueno, así fue.
Lo último que me escribió fue una reflexión sobre la muerte. En esta último pensamiento sentí una gradación en la forma de abordar la angustia. El tema que lo agitó siempre, hasta la violencia, fue el de los desaparecidos. De la personificación a la denuncia:
Maldita muerte cobarde,
ladrona de la vida.
Nuestros ojos serán relámpagos
para tus vísperas.
¡No vencerás!
porque estás hecha de huesos
resecos y quebradizos.
¡Nuestros muertos viven en nosotros para siempre!
¡No triunfarás!
Maldita de toda maldición
Mientras recorro mi único ejemplar de Capsicum, pienso, como don Santiago del Rey, el protagonista de esta gran novela, que
La muerte no le causaba ya miedo sino fastidio, fastidio de cosa inacabada y sin explicación. Envidió las piedras que vivían para siempre, a las estrellas que tardaban tanto en morir(...) a la ciudad que seguiría respirando pese a todo y a las miles y miles de entidades de la Naturaleza que se transformaban mansamente y sin dolor.
y que
En esta vida los hombres hacemos lo que podemos y como lo podemos hacer, que nadie nos avisa que la vida finalmente es una gran espera para parir la eternidad. Que tampoco son tan frecuentes las decisiones de verdad y que siempre nos damos cuenta tarde de todo.
Amsterdam, La Plata 1991-1995
María Laura Fernández Berro
1 comentario:
Hola maría Laura, me gustaron mucho tus palabras.
Abrazo.
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