martes, 9 de diciembre de 2008

Poesía Manuscrita



Como quien busca animales en las nubes, los poetas juegan con las palabras hasta encontrar la forma justa de cada poema. Y es así, que al pensar los recursos con los que un autor funda su estética, se suele hablar del corte de verso, la elección del registro, los temas y ritmos. Más allá del oficio y los modos de asumir la escritura como práctica, el desliz de la mano lleva el pulso que vuelve irrepetible cada caligrafía. El trazo del poeta es tan particular como el universo que crea.
Al escribir sobre papel, la mano rechaza la invitación al bailecito coreográfico de las teclas y se suelta a una danza firulete. Puede ir de acá para allá desafiando la tiranía de la escalera de versos, la homogeneidad de la tipografía y disfrutar de un chapoteo sobre los charcos-tachones que quedan en el ida y vuelta de las imágenes. Esta libertad, conciente y sin diplomacia, hace del verso un dibujo. A la vez, rescata la materialidad pálida del papel, su textura y aristas, ahora que las máquinas lo andan secuestrando en el reflejo de una pantalla.
Pero nada de esto es novedad. Desde siempre y antes de que la memoria literaria tome registro, hay poemas que se interponen en el rum rum del día a día y compelen a quien los escucha a escribirlos sobre la primera superficie que aparezca. Hace tiempo, sobre paredes y piedras han quedado asentados míticos poemas. Y es sabido que cuando un ataque de inspiración acecha, las imágenes tironean hasta que la mano deja que reposen sobre una servilleta desvelada, en la puerta de un baño de estación, en una duna de playa, en el revés de un boleto arrugado, en la corteza de un árbol, sobre la superficie de un pupitre o en el barro de un día de lluvia. Tal vez sea por eso, que la poesía visual sea hoy un género-camafeo, moderno de tan arcaico.
En el pasaje de un salto, tan incierto como maravilloso, de la mano/máquina/imprenta a la mano/papel, los poemas pueden recuperar el cuadrado blanco como si fuera un lienzo. La imagen plástica se revuelca con las palabras y entre sí generan a capella el efecto arte/poético. De aquí, a la poesía visual que los vanguardistas han hecho suya, hay un histórico y personalísimo paso.
Ya a casi una década del siglo XXI, los medios electrónicos permiten que se difunda la poesía saltando fronteras con sólo tocar un botón, cada poeta puede hacer de su vida una exposición abierta a multitudes invisibles y nada de esto nos sorprende. Pero sí, debemos reconocer, que leer versos escritos a mano produce un efecto extraño. Dejemos entonces que la poesía manuscrita viaje con destino incierto. Fotografiada como una postal, lleva un poeta polizón que dibujó con el puño cada letra. Esperamos que le abra las puertas y lo aloje en sus pestañas.
Prólogo por Jimena Repetto para el Libro Poesía Manuscrita

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