viernes, 3 de abril de 2009

La espera


Sólo pasaron cinco minutos y ya prendí la televisión. Quedamos en encontrarnos en mi departamento a las nueve; de la noche, obvio. No creo que exista en la historia universal de las primeras citas un encuentro a las nueve de la mañana. Y si existe, por lo menos conmigo, estaría condenada al fracaso. Miro el reloj y me siento en el futón. Por lo poco que conozco a Julieta deduzco que llegar tarde a-donde-sea es parte de su estilo.
En la tele, nada. Ni siquiera le doy otra vuelta al zapping. Mucho no le puedo pedir un sábado a la noche a los cinco canales de aire. Dejo en canal 7. Están dando Estudiantes - Vélez. No soy de ninguno de los dos clubes, ni siquiera están peleando la punta o el descenso, pero es el único de los cinco canales que no marca la hora ni la temperatura. Abro la ventana del noveno piso, y un escalofrío me recorre de hombro a hombro como si fuese una víbora. Antes de clavarme en el partido, en el ángulo inferior de la pantalla de canal 13 decía en blanco: 21: 14. T.: 25,6º. La tele miente. Voy a la pieza y me calzo la camisa mangas cortas que tengo preparada para cuando Julieta toque el timbre. No me la abrochó. No quiero traspirarla.
Goooool, escuchó desde la pieza el agónico grito del relator. Corro hasta el comedor -tres metros- como si estuviese jugando la selección. Siempre me pasa lo mismo. Escucho gol y es como si oyera la sirena de los bomberos y tuviera que salir deprisa para presentarme en el cuartel. En este caso el cuartel es la televisión. El gol lo hizo el "lechuga" Maggiolo para Estudiantes de La Plata. El gol fue horrible como su apodo. De rebote. En la tele lo repiten como si fuese el gol de Maradona a los ingleses. Miro por la ventana y la noche sigue inmóvil. Ni cohetes ni bocinas. Acá en Temperley ser de estos clubes es como hinchar por Turquía en un mundial.
Me quedo en la ventana. Por la vereda de Anchorena camina una sombra. No distingo si es hombre o mujer. Por momentos desaparece. Las cúpulas de los tilos la cubren por completo. Cuando cruza Cangallo distingo que es una mujer. Usa pollera roja hasta los tobillos. Apago la tele y prendo el equipo de música. Lisandro Aristimuño empieza a cantar. Vuelvo a la ventana. La chica de pollera roja no esta entrando al edificio como me imaginaba. Está sentada en el banco de la remiseria Las Torres, al lado de mi edificio.
Sigo esperando. El cielo esta despejado. Hay una sola nube inmensa que tapa la mitad de la luna. Flaubert dijo que si miras cualquier cosa más de diez minutos resulta interesante. Miro a la nube inmensa desplazarse y me da una sensación de calma. A medida que avanza, despacio, va dejando un horizonte de una oscuridad clara. Lo bueno de vivir en el conurbano, pienso, es que desde la ventana de un edificio tenés un horizonte de kilómetros, y no de metros, como en las ciudades capitales. La chica con pollera roja se sube a un Clio azul. La semana pasada la agencia de remises me mando ese mismo auto. Sigo el recorrido del auto desde la altura y parece un autito de juguete avanzando por la maqueta de una ciudad con muchos árboles a los costados. Desde la altura todo se ve en otra escala.
Me pregunto si alguien me estará mirando mientras miro. Hago un breve paneo y despejo la duda. Las persianas del alrededor están cerradas o a media asta. Por la noche una decena de murciélagos ronda por los edificios, y son pocos los vecinos que cambian la seguridad de su casa por el viento frasco que viene del exterior. Prendo la tele. Terminó el primer tiempo de Estudiantes - Vélez. Cincuenta minutos de demora pasan de ser un estilo a convertirse en un problema. Igual no la llamo. Abro una cerveza y apago la tele. Al tercer vaso me acerco, de nuevo, a la ventana. Con un litro de cerveza, también todo se ve en otra escala. El olor de los tilos sube hasta el noveno piso. Cierro los ojos para sentirlo más intenso. Respiro hondo, una, dos, tres veces, como si quisiera perfumarme el interior. Por Anchorena veo cruzar otra sombra. No la sigo con la mirada. Vuelvo a cerrar los ojos y a respirar hondo. Me olvido de Julieta, de la música, de los murciélagos, del partido, de la hora, y de la ventana.
Cuando abro los ojos en la calle no hay nadie. La remiseria parece cerrada. No llega ni se va ningún auto. En el cielo la nube inmensa ya no esta. Se desplazó o se rompió en mil pedazos. En la clara oscuridad de la noche de marzo la luna llena resplandece. El CD de Aristimuño terminó. En el departamento sólo se escucha el zumbido de la heladera. La cortina naranja flamea por el viento que entra por la ventana. Me abrocho dos botones de la camisa y apuro lo queda de cerveza en el vaso para sacar otra del congelador.
Apoyo la cerveza llena en la biblioteca. Antes de abrirla quiero poner algo de música. Es un buen momento para escuchar a Dylan. Agarro su último CD y lo pongo en el equipo. Lleno el vaso y me acerco a la ventana. Siento el viento en la cara. Sonrío. Levanto el vaso para tomar el primer sorbo. Me interrumpe el sonido del timbre que suena como el chirrido de un chancho. El reloj del celular marca las diez. Dudo en contestar. Tomo otro sorbo de cerveza. Y voy a paso lento hasta el portero eléctrico, para abrir la puerta de abajo.


Texto: Damián Huergo

Fotografía: Gabriel Magri

1 comentario:

Anónimo dijo...

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