miércoles, 16 de julio de 2008

El camino de la memoria



"Mamá me cuenta historias por que dice que en los cuentos está la memoria y en la memoria, cada uno" M. L. Fernández Berro


I El púgil Casas, en un buen cuento de los Lemmings, dice que a los escritores es mejor leerlos que conocerlos. En muchos casos estoy de acuerdo. Tanto, que si fuese el editor de alguno de ellos, agregaría en la solapa junto a la foto carnet una advertencia: si lo cruza, cámbiese de vereda. Sin embargo el globo literario es grande, y, por suerte, hay otra caterva de escritores que tras conocerlos, uno entiende que escribir bien y ser buena leche no son excluyentes.
El sábado pasado, con la excusa de DiezPinos, nos juntamos a comer a orillas del Río de La Plata con J. B. Duizeide y su novia, María Laura Fernández Berro. La máxima fue doblemente refutada. Conocer a J. B. fue tan agradable como leer las mejores páginas de Kanaka; y leer a Maria Laura, luego de conocerla, fue tan interesante como hablar con ella de Pavese y de otros tanques italianos que le vuelan el moño.
Me olvide de aclarar, Maria Laura también escribe.
Y sorprende.

II ¿Cómo escribir poesía después de Auschwitz? fue la pregunta-sentencia de Adorno, en la mitad del siglo XX. El filósofo alemán entendía por poesía a la belleza. Y afirma, que después de los campos de concentración se terminó el arte bello.
En el 2005 Ediciones de la Flor editó El camino de las hormigas; por el momento, el único libro de ficción de Maria Laura Fernández Berro. La autora platense, desde la primera línea de la novela, parece reformular la pregunta, y nos dice ¿cómo no narrar las torturas, las desapariciones, los fusilamientos, los vuelos, el plan de aniquilamiento material y simbólico de las relaciones sociales de igualdad y reciprocidad de los seres humanos? ¿Cómo no narrar el horror? ¿Por qué callar?
Luego responde.
Escribiendo.

III Y quien escribe, o mejor dicho quien habla, es una nena. Berro explora en las múltiples posibilidades del lenguaje, para narrar lo que supuestamente es inenarrable. Como Benjí en El sonido y la furia, la voz aniñada que nos cuenta lo que sucede dentro y debajo de la casa, no tiene pensamientos abstractos; va zurciendo palabra tras palabra, a partir de la experiencia concreta que absorbe con sus sentidos. Y las experiencias, en la década del 70 en la Argentina, fueron muchas. Demasiadas.
La nouvelle, mezcla de fábula y de novela de iniciación, esta dividida en dos partes. En la primera, La casa, la parte visible, la niña convive con la madre, el tío, la abuela y el abuelo, encerrado dentro del piano. En la voz de la niña lo fantástico cobra verosimilitud y se hila con lo cotidiano, sin poder distinguir que es lo que sucede en la casa, y cual es el plus de fantasía que ella le agrega. Sabemos que su padre esta enterrado en el limonero del patio del fondo; que su abuela le "enseña a buscar palabras"; que su madre se encama con el afinador del piano; que su tío se enamora de Gracielita; que su tío aparece en la agenda de Gracielita; que Gracielita se va; que su tío se queda, en el sótano, en la casa "que crece para abajo", acompañado de la peor compañía.
En la segunda parte la niña se familiariza con los nuevos cambios. Y con las caras de Campito y el cardenal De la Plaza, que diariamente visitan a su tío en el sótano que funciona como sala de tortura. A su alrededor hay gritos, llanto, muerte, soledad, odio, valentía. Y ella, como si nada. Como muchos.

IV Sin embargo, El camino de las hormigas no es una novela de denuncia o testimonial. Su lenguaje poético (y por momentos erótico), apoyado en la mirada inocente, cínica y melancólica de la niña, no deja lugar a esa opción, en el sentido puro del genero. Berro, como Cristina Feijoo en La casa operativa (2006) o como el reciente La casa de los conejos de Laura Alcoba, nos cuenta la Historia con una historia del tamaño de su protagonista. Berro a lo largo de las 106 páginas logra un relato íntimo e individual.
Y sobretodo, una historia bella.

Damián Huergo

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